Thursday, July 20, 2006

Zidane cede su trono a Henry

Titi Henry provoca terror. Obliga el delantero del Arsenal a vivir en continua tensión, despierta los bajos instintos porque sólo con el fútbol de la calle puedes frenarle. Henry forma parte de la nobleza de los futbolistas, esa clase social que alberga a jugadores capaces de cambiar un partido en décimas de segundos. Los privilegios de estos reyes, príncipes, duques o condes, que también existen clases dentro de los nobles, es ser los grandes protagonistas de este mundo mágico del fútbol.

Henry podría ser el Rey si no hubiera decidido toda su selección que la barra y la corona la llevaría Zinedine Zidane. Él es el que se acerca hasta el área pequeña y coloca el balón para lanzar el penalti de la victoria. Todos los flashes del estadio buscan al ´10´ de Francia que salta a jugar con unas botas doradas, destellantes. Zidane no falla el lanzamiento, imposible, tiene que llegar a la final. Su fútbol es de sangre real, sangre azul, sangre ´bleu´.

Alarga la jubilación el Rey porque piensa que su reinado debe culminar con una gran obra, que no puede dejarlo sin más. La voz de ultratumba que le convenció para que regresara a la selección se debe estar frotando las manos. Está preparando Zizou los grandes fastos, ese festorro que paralice a medio mundo y en el que diga hasta siempre. Zidane disputará su segunda final de la Copa del Mundo. La primera, en el 98, la ganó con una generación de jovencitos ´bleus´ que apuntaban maneras (Henry, Trezeguet…), ahora esos jóvenes han crecido.

Titi Henry es el príncipe heredero. Lleva años mostrando un fútbol fantástico. La corona le espera tras la final de Berlín. A Rey jubilado, Rey puesto. Provoca el penalti, porque todos saben que si Titi te encara en el área es gol. Está siempre atento, sigiloso, como un felino, así roba un balón a Costinha para iniciar una jugada espectacular y dejar su impronta. Titi tiene un punto pedante, chulesco, la pose de sobrado, del que se sabe mejor que los demás.

Henry cuchichea al oído algo al Príncipe de los gitanos. Cristiano Ronaldo acelera como el correcaminos. Camina tieso, erguido, con porte elegante aunque sea un chaval de la calle. Cristiano Ronaldo adorna con desparpajo todas sus intervenciones. Le hierve la sangre, se nota cuando golpea con precisión el balón. Saca una falta que Barthez bloca mal y Figo, con toda la portería para él, envía de cabeza la bola alta. Se desespera Cristiano Ronaldo, el único joven que ha demostrado calidad para sentarse en la misma mesa que Zidane.

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